Los océanos tienen propiedades físicas, químicas y biológicas heterogéneas debido a una circulación compleja caracterizada por una diversidad de fenómenos a distintas escalas de variabilidad espacial y temporal. Si nos referimos a las propiedades físicas, las características más resaltantes del océano son las estructuras de circulación circulares, denominadas remolinos o vórtices, que se pueden observar como núcleos de mayor o menor nivel del mar (Chaigneau et al., 2009; Chelton et al., 2011; Figura 1) y por su efecto en la temperatura superficial del mar (Chelton and Xie, 2010); además están presentes también debajo de la superficie (Hormazabal et al., 2013; Combes et al., 2015). Estos remolinos oceánicos forman parte de la variabilidad de “mesoescala” del océano y, además, son los responsables de que al océano se le identifique y denomine como un sistema turbulento; ello debido a que, dependiendo de su localización, los remolinos pueden ser muy energéticos, tener un tiempo de vida considerable (que va de días a meses), ocupar varios kilómetros (del orden de 1 km a 200 km) y desplazarse a grandes distancias, influenciando así el medio que los rodea (e.g., Biastoch et al., 2008; Stramma et al., 2013).